EL ERMITAÑO

Bajo el sol abrasador un hombre labraba la tierra reseca, sosteniendo entre sus temblorosas manos agrietadas una pesada pala que levantaba finas nubes de polvo.

Al final del surco enderezó dolorosamente la espalda. Gruesas gotas de sudor resbalaban por su frente; se quitó el resquebrajado sombrero de paja y limpió el barro de su rostro con la manga raída de la camisa. Respiró profundamente y al abrir los ojos, se vio frente a una mujer de espaldas al viento, con un espléndido vestido verde agitándose en ondas voluptuosas que le cubrían los pies.

Una sonrisa se dibujaba en sus labios frescos. Sus ojos vivaces destellaban tanto como su larga cabellera negra bajo el influjo del astro rey. Sus suaves manos extendidas le ofrecían una jarra de agua fresca, que aquel hombre tomó de prisa. Después de beber ansiosamente y mojarse la cabeza, pensó que necesitaba tanto un descanso… Debía refugiarse del calor agobiante, y comer algo tal vez, porque sin dudas el cansancio lo estaba haciendo alucinar.

-Si no puedes creer en ti mismo- enunció ella sin romper el silencio- no es extraño que otros no confíen en ti.

-¿Qué sabes tú? -Preguntó él dudando de las palabras que resonaban más allá de sus oídos.

-Vienes aquí todos los días, modelas mi cuerpo con tus manos, me llenas de vida con cada semilla, traes de lejos el agua que me refresca… ¿Quién crees que soy?

-Un espejismo, una consecuencia de la fiebre que me aqueja.

-Te ganas bien el sustento, sin embargo no eres feliz… ¿Por qué no compartes con otras personas los frutos de tu esfuerzo?

-Este es el camino que elegí. Prefiero estar solo porque no se puede confiar en la gente.

-Se puede confiar; pero también hay que esperar lo inesperado. ¿Qué has hecho tú, para que todos te hayan desilusionado? Cada circunstancia es el resultado de una acción determinada. ¿De qué manera expresaste tus ideas? ¿Cómo fueron las decisiones que tomaste?

Has tenido tiempo para pensar; pero nunca has estado solo.

De mis entrañas ofrezco los frutos que cada uno pueda desear a lo largo de la vida, pero no se pueden llevar nada; sólo se los presto para que disfruten y cuando deciden que ha llegado el momento, los recibo, les abro la puerta de regreso al hogar verdadero, les doy las gracias y los libero…

-Eso quiere decir que… pero hay tantas cosas que no he hecho todavía…

-Las harás más tarde, siempre hay tiempo… Tendrás otras oportunidades y cada paso será más firme, de acuerdo con lo que vayas aprendiendo.

Ahora ven, ven a mis brazos… y descansa…

Cuando el anciano labriego escuchó desde una acogedora habitación a sus nietos alborotados que corrían de un lado para otro, se sentó en el borde de la cama y permaneció largo rato contemplándolos por la ventana… hasta que notaron que estaba despierto y corrieron en pos de él.

Deja un comentario